Afganistán: la Victoria de los Talibanes en un Contexto Global

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Una Perspectiva Anti-imperialista de un Veterano de la Ocupación Estadounidense

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La velocidad con la que lxs talibanes han recuperado Afganistán antes de la retirada de Estados Unidos ilustra lo frágil que es la hegemonía del imperio estadounidense: cuánta fuerza se necesita para mantenerlo y lo rápido que puede cambiar todo cuando esa fuerza se retira. Ofrece una mirada a un posible futuro post-imperialista—aunque difícilmente prometedor. ¿Cómo afectó la ocupación al pueblo de Afganistán? ¿Por qué los talibanes pudieron recuperar tanto territorio con tanta rapidez? ¿Qué nos dice sobre el futuro la retirada de Estados Unidos y sus consecuencias y cómo podemos prepararnos para ello?

La Guerra contra el Terrorismo, como la Guerra Fría antes, ha obligado a poblaciones enteras a elegir entre dos opciones indeseables, lo que dificulta imaginar una alternativa a la elección entre imperios capitalistas globales y autoritarismo propio. A la larga, sea lo que sea que prometa, el militarismo colonial no puede controlar el nacionalismo, el fascismo o el fundamentalismo—solo les ofrece una justificación para reclutar adeptxs. La pregunta es cómo alimentar redes populares globales para crear una alternativa real.

En el siguiente análisis, un veterano de la ocupación estadounidense de Afganistán analiza esta derrota del proyecto imperialista estadounidense—enmarcando los talibanes, la ocupación y sus consecuencias en el contexto de una ola mundial de fascismo y fundamentalismo que también está ganando terreno en el Estados Unidos.


La Victoria de lxs Talibanes en un Contexto Global

Mientras escribo esto, los talibanes han tomado el control de Kabul y, por lo tanto, de todo el país de Afganistán. El presidente respaldado por Estados Unidos, Ashraf Ghani, ha huido a Tayikistán, mientras que lxs miembrxs del ejército afgano huyen a países vecinos o se rinden a lxs militantes talibanes. Hace apenas unos días, lxs funcionarixs de inteligencia de EE. UU. predecían que pasarían al menos 30 días antes de la caída de Kabul, ya que el presidente Biden desplegó 5.000 soldados estadounidenses para proteger la evacuación de la embajada y el personal de EE. UU. Ahora, el Departamento de Estado insta a lxs ciudadanxs estadounidenses restantes a que se refugien en sus casas, no a que se apresuren a acudir al aeropuerto de Kabul para una evacuación de emergencia. Mientras el humo de la quema de documentos clasificados y los disparos se extiende por el horizonte de Kabul, todxs están pensando en la caída de Saigón ante el Ejército de Vietnam del Norte y el Frente de Liberación Nacional.

No puedo celebrar la victoria de los talibanes. Si bien han estado luchando contra una ocupación capitalista imperialista, representan lo peor del fundamentalismo religioso, el patriarcado y la jerarquía. Aun así, es sorprendente ver cómo ha caído el telón de manera tan patética, revelando la excepcionalidad militar estadounidense por lo que es. Veinte años de dinero, juventud y sangre desperdiciados.


Soy un veterano de la ocupación de Afganistán. Todo lo que voy a contarles es fruto de mi experiencia en primera persona sirviendo al imperio como soldado de infantería durante diez años.

Me uní por todas las razones que puedas haber visto en los anuncios de contratación. Como analista de inteligencia y suboficial, he gestionado y dirigido equipos, escuadrones y unidades de soldados. Gracias a mi experiencia con la vigilancia y el reconocimiento aéreos, fui reclutado para unirme a una empresa contratista de defensa. Las empresas de defensa para las que trabajé incluían a L3, Boeing y Lockheed Martin. Entrené unidades en EE. UU. y Afganistán durante más de tres años y hasta en tres ocasiones las desplegué en Afganistán para esas empresas. También formé parte de un equipo de operaciones desplegado en Afganistán, perteneciente a una unidad que administra una de las bases más grandes del sur de Afganistán.

Por lo que vi, las operaciones antiterroristas de EE. UU. están principalmente centradas en crear mercados para vender tecnología y productos militares de EE. UU. y asegurar así recursos para su imperio de EE. UU. Durante 20 años, apoyamos a los señores de la guerra locales y regionales, ofreciéndoles armas, dinero y equipación para que no atacaran a nuestras fuerzas. Autorizamos sus escuadrones de la muerte y los llamamos Policía Local afgana. Trabajando en niveles superiores, vi tanto a oficiales de alto rango como a soldados jóvenes luchar para engordar sus currículums con la esperanza de convertirse en mercenarixs de las empresas y agencias que realmente dirigían el show. Lxs generales hicieron carrera y pasaron a ser empleadxs de esas empresas o del Departamento de Defensa/Comunidad de Inteligencia. Desde Siria e Irak hasta Yemen y toda África, pasando por nuestras 800 bases militares, no conozco ninguna misión militar que esté centrada principalmente en crear paz y estabilidad.

Participé en esto durante demasiado tiempo—y deseo asumir mi responsabilidad, aunque sé que no hay forma de enmendar realmente las cosas.

Necesité la muerte de unx de mis soldados para ponerlo todo en perspectiva. Después, comencé a sufrir los efectos del CPTSD [trastorno de estrés postraumático complejo]. Las características clásicas: consumo de alcohol y drogas, pérdida de relaciones, depresión, tendencias suicidas. También comencé a buscar ayuda. Me uní a Veteranos de Irak contra la Guerra y entré en contacto con miembros en activo y ex-miembros del ejército que luchan contra el imperialismo estadounidense. Con información del servicio de ayuda Derechos de los GI, pude dejar la Reserva del Ejército. Comencé un proceso de politización en el que aprendí sobre el militarismo, el imperialismo, el colonialismo y la supremacía blanca.

Ahora que la ocupación ha terminado, toda una generación de veteranxs militares estadounidenses se verá obligada a cuestionar para qué fue todo. Todo lo que puedo hacer es preguntar por qué les llevó tanto tiempo llegar a esa pregunta. Siempre fue evidente, a nuestro alrededor.

Ancianos del distrito de Panjwai en la provincia de Helmand, el distrito donde tuvo lugar la masacre de Kandahar. Este niño vino con su padre para presentar una demanda contra Estados Unidos por usar sus granjas para construir una base. Hicieron el viaje todas las semanas durante meses—habían perdido sus pozos, huertos y medios de vida. Nuestra base fue la única en todo el sur de Afganistán que permitió lo que llamamos “reclamaciones extranjeras”, solicitudes de compensación por vidas, tierras o propiedades destruidas por Estados Unidos. El chico debe estar en la mitad de su adolescencia ahora. Cada beneficiario de la ocupación estadounidense debe descubrir qué significa actuar en verdadera solidaridad con las personas que experimentaron los efectos de la ocupación.


Durante el tiempo que pasé en Afganistán, nunca controlamos territorios fuera de nuestras bases y puestos de avanzada—y a menudo encontramos al enemigo dentro de nuestros propios muros. Los talibanes llevaron a cabo una exitosa contrainsurgencia durante veinte años. Mantuvieron un gobierno en la sombra, recaudaron impuestos, resolvieron disputas sociales, culturales y económicas, y maniobraron y capturaron territorios, mientras esperaban a que llegara su momento.

¿Por qué lxs talibanes pudieron esperar a que terminara la ocupación y recuperar el poder con tanta facilidad?

Los talibanes se beneficiaron de las estructuras tribales y étnicas de Afganistán, una compleja red de lealtades y vínculos sociales y culturales que las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN nunca pudieron comprender del todo. Afganistán, al igual que otros estados-nación del antiguo Imperio Británico, se creó sin tener en cuenta la demografía étnica y religiosa. El resultado fue una población compuesta por pashtus, tayikos, hazara, uzbeko, aimak, turcomano y baluchi—grupos con una amplia variedad de culturas y prácticas. A algunos les resultó fácil aliarse con la OTAN, mientras que otros se opusieron rotundamente.

Los talibanes eran casi en su totalidad pashtu—el grupo étnico dominante de Afganistán, con entre el 40 y el 50% de la población. El pueblo pashtu existe a ambos lados de la frontera de Afganistán con Pakistán y a lo largo de la parte sur del país. Sus conexiones sociales y tradiciones se extienden más allá de las fronteras coloniales del país, lo que les facilita moverse entre refugios seguros en Pakistán, aprovechando una brecha en el control militar de la OTAN.

Cuando pienso en los muchos momentos que ilustran por qué la guerra fue inútil, recuerdo mi tiempo en el aeródromo de Kandahar, una base que alberga al menos a 22.000 soldados, contratistas y civiles. Allí, me enteré de que el comandante del gobierno en la sombra de los talibanes era el cuñado del general en funciones de la Fuerza Aérea afgana. En vista de la importancia de las relaciones tribales y familiares en la cultura pashtu, era obvio que la lealtad del general al gobierno respaldado por la OTAN nunca tendría prioridad sobre esta relación. Las conexiones entre esos dos señores de la guerra, incluso si fueran considerados formalmente combatientes enemigos, aseguraban que ninguno de los dos buscaría derrotar al otro. Encontré este tipo de interconexión entre supuestos enemigos varias veces, desde mis interacciones con lxs ciudadanxs de a pie hasta el entonces presidente afgano Hamid Karzai.

Los talibanes también se preocuparon de las personas. La legitimidad de los talibanes se basa en su capacidad para brindar protección y orientación religiosa, años antes de la invasión estadounidense. Sus mulás resolvieron disputas sociales, culturales y económicas en las áreas bajo su control. Recaudaron impuestos y controlaron la agricultura durante toda la guerra. También llevaron a cabo actos de extrema violencia, por lo que se afianzaron en territorios que no controlaban antes de la guerra.

La ocupación estadounidense no logró disminuir la resistencia de los talibanes durante veinte años porque nunca hubo un momento en el que la mayoría de la población considerara legítimas a las fuerzas de ocupación. Las bombas y las balas por sí solas no son capaces de ganar una guerra contra una población determinada. Por el contrario, el gobierno y las fuerzas armadas respaldados por Estados Unidos eran totalmente egoístas y corruptos. Motivadas principalmente por el beneficio personal, las fuerzas de la OTAN libraron sus batallas en torno a métricas—estaban más preocupadas por el número de proyectos, las bajas, el dinero gastado o el dinero ahorrado. Al pasar tiempo en el país haciendo rotaciones de despliegue de relativamente corta duración, nunca pudieron generar confianza o respeto. Nuevas personas y unidades aparecían constantemente sin idea de dónde estaban o qué se había hecho antes.

Al final, los talibanes pudieron tomar el control porque entendieron que lo esencial para ganar una lucha contra la ocupación colonial era sobrevivir a una guerra de desgaste. Durante veinte años, demostrando la ineficacia de un gobierno corrupto respaldado por la OTAN, mantuvieron los sistemas normativos y jerárquicos de control que habían establecido antes de la invasión estadounidense.

Pero el fundamentalismo de los talibanes no fue esencial para su éxito. Los imperios se desmoronan desde sus extremos hacia adentro: la retirada de Estados Unidos de Afganistán es parte de un proceso más amplio en el que la influencia geopolítica de Estados Unidos se está erosionando en todo el mundo. El estado chino puede ganar poder en la región; es posible que veamos una escalada de luchas por el poder entre India y Pakistán. La pregunta es qué vendrá después—en Afganistán y en todo el mundo.


En este momento de la historia, en el corazón del imperio estadounidense, veo un movimiento conservador en auge que defiende ideas y políticas que reflejan el mismo fundamentalismo, patriarcado y jerarquía que caracterizan a los talibanes. Las opiniones expresadas por la derecha con respecto a los cuerpos de las mujeres, las comunidades LGBTQIA +, lxs migrantes y cualquier persona considerada ajena, se alinea con la cosmovisión violenta justificada por los principios religiosos de los talibanes.

En Estados Unidos, la derecha autoritaria está difundiendo un mito de la vergüenza en torno al hombre estadounidense—una mitología sobre el reemplazo, la feminización, la derrota, la pérdida de control y poder. Han estado desarrollando esta mitología durante años, y la derrota en Afganistán solo echará más leña al fuego. La violencia y el odio que hemos visto en las calles a través de años de movilizaciones fascistas es la consecuencia directa de una nación que ha glorificado las mentiras de una guerra perdida. Lxs “patriotas” y Proud Boys que usan parches del Right Wing Death Squad (escuadrón de la muerte de derechas) no son muy diferentes de los escuadrones de la muerte del fundamentalismo talibán.

He visto a lxs liberales seguir el paso a esta misma máquina de guerra imperial. En lo que respecta a sus ideas sobre el militarismo y la policía, se alinean al lado de la derecha fascista—con independencia de su progresismo, no han hecho nada para lograr una seguridad real en nuestras comunidades. Es ilustrativo que dos presidentes republicanos y dos demócratas supervisaran esta guerra. Una administración tras otra ha aumentado el poder del órgano ejecutivo, mientras que los presupuestos de defensa y seguridad de las últimas dos décadas han desangrado a nuestras comunidades.

Estados Unidos ha gastado billones de dólares en armas. Muchas de estas han terminado en manos de los talibanes y del ISIS; otras han sido devueltas y desplegadas contra comunidades en América del Norte, especialmente contra negrxs, morenxs e indígenas. Lxs proletarixs que incendiaron las comisarías de policía y libraron las batallas callejeras en un levantamiento no muy lejano, se han enfrentado a las mismas fuerzas, estrategias, tácticas y mentalidades que se desarrollaron para vigilar Afganistán.

Durante toda una generación, la Guerra Global contra el Terrorismo que comenzó en Afganistán ha sido explotada y mercantilizada. Personas que ni siquiera participaron en el conflicto han comprado material de marca para juegos de rol que satisfacen sus febriles sueños de cultura de la guerra. Todo un sector de la población ha interiorizado el tóxico y machista culto a la muerte del patriotismo y el nacionalismo. Ahora esa fachada ha quedado al descubierto y compruebo cómo la identidad de esta generación—construida alrededor de su cercanía y participación en la guerra—se desmorona a su alrededor. Lxs liberales inevitablemente culparán a lxs conservadores y viceversa, mientras que el proceso de polarización política se intensifica y ambos bandos someten su futuro a diferentes marcas de autoritarismo con la esperanza de mantener la ilusión de estabilidad.

Si algo demuestra la victoria de los talibanes es que el imperio estadounidense es una torre de naipes esperando caer. Es capaz de ejercer una violencia extrema, de matar de las formas más tecnológicamente avanzadas que la humanidad pueda conocer. Es capaz de una crueldad extrema. Pero no deja de ser un tigre de papel, incapaz de conquistar los corazones y las mentes de la gente, independientemente de la intensidad de la intervención o la duración de la ocupación.

La Isla de la Tortuga ha sido testigo de más de 500 años de resistencia a la ocupación, e independientemente de cuántos años más nos queden por delante, debería estar claro que también ganaremos. Las consecuencias de Afganistán no serán sólo la derrota de un régimen títere corrupto e indeseado, sino que repercutirán durante años en muchas zonas de este imperio en ruinas.

Toda una generación de individuxs con experiencia en combate ha aprendido por las malas que nuestra participación en el gobierno imperialista se basó en falacias. Ya hemos comenzado a invertir nuestro conocimiento y experiencias en comunidades enfocadas en una liberación real.

Pero ¿qué vendrá después? Si la victoria de los talibanes en Afganistán es una señal, lo que suceda al imperio estadounidense puede ser el fundamentalismo opresor o el nacionalismo. Deberíamos preguntarnos cómo podríamos luchar contra el orden imperante de tal manera que, cuando colapse en otros lugares, no sea reemplazado por el equivalente a los talibanes.

Lxs enemigxs de nuestras comunidades y del futuro que deseamos también han integrado a lxs veteranxs descontentxs y desafectxs de la ocupación. Su ira, arraigada en la vergüenza antes mencionada, se expresa en violencia más que en solidaridad. Ya han intentado dar un golpe por el bien de su visión autoritaria. Los acontecimientos en Afganistán lxs motivarán aún más. Podemos esperar ver a ex soldados, oficiales de fuerzas especiales y mercenarixs movilizándose contra lxs que perciben como sus enemigxs y llevando a cabo actos individuales de terrorismo. Eso es a lo que nos enfrentamos.

Los talibanes son solo la manifestación local de una ola global de autoritarismo.


El cambio climático, la polarización política, la crisis económica, el desmoronamiento del imperio estadounidense y el descontento social en ebullición se presentan ante nosotrxs no como fenómenos individuales, sino como un único desafío compuesto por desastres interconectados. Podemos inspirarnos en las derrotas de nuestrxs adversarixs en el gobierno de Estados Unidos y aprender de los éxitos de quienes se resisten a ellxs, mientras mantenemos una oposición permanente a toda forma de opresión. Mi corazón llora por el pueblo afgano que ha sufrido los traumas de la guerra durante generaciones. Estamos hablando del legado de una tierra y una población de diferentes personas que han vencido repetidamente a los imperios más poderosos de la historia del mundo. Espero que encuentren la fuerza para seguir adelante y, en última instancia, para lograr una verdadera liberación, una verdadera seguridad. Espero que aquellxs de nosotrxs aquí en los EE. UU., entendiéndonos como parte de un movimiento internacional, encontremos la fuerza para hacer lo que sea necesario en el corazón de este imperio del mal para construir un nuevo mundo sobre las ruinas del viejo.

Ahora es el momento de escuchar al pueblo afgano, apoyar a lxs refugiadxs, apoyar a las organizaciones de ayuda y criticar a lxs responsables de la catástrofe de los últimos veinte años—abrir nuestros corazones a nuevas posibilidades y nuevxs cómplices potenciales—para desarrollar las habilidades y mentalidades que nos mantendrán a salvo mientras avanzamos hacia lo desconocido.

Si tu o algún/a miembro de tu familia estáis sirviendo actualmente en las fuerzas armadas de EE. UU., poneos en contacto con la línea directa de Derechos GI en el 1-877-447-4487 o simplemente abandone el servicio sin permiso. No es necesario permanecer al servicio de un frente violento para las corporaciones de armas y de defensa. No hay absolutamente ninguna razón para morir en su beneficio, y no hay absolutamente ninguna razón para hacer pasar a lxs pobres del mundo lo que acabamos de hacerle pasar las dos últimas décadas al pueblo de Afganistán.